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El minero que le vendió su alma al diablo

Por el amor de una mujer, Cenobio Chagoyán vendió su alma al diablo.
Además de su belleza natural y la riqueza minera que lo caracterizó, sobre el Mineral de Santana se ciernen un sinfín de historias sobrenaturales, que tan sólo de recordarlas, se le hiela la sangre al más valiente.
Una de estas es la escenificada por Cenobio Chagoyán, un minero muy enamoradizo que en su afán de conquistar el amor de Marina, una de las mujeres más bellas y coquetas de este lugar, ofrendó su alma al mismísimo diablo.
Todo sucedió en un baile que se realizaba en este lugar al que Cenobio acudió, y al percatarse de la presencia de Marina, acudió con don Vicente, quien practicaba la magia negra, para preguntarle qué podía hacer para bailar con la muchacha que le había robado el corazón.
El brujo le preguntó:
–“¿En verdad quieres bailar con Marina?”, –a lo que Cenobio le contestó que sí–. Entonces el hechicero le dijo al enamoradizo minero que para lograr su cometido debía invocar al diablo.
Para ello, le pidió que se dirigiera al camino antiguo que comunicaba con este poblado para que invocara la presencia del rey de las tinieblas. De pronto y de la oscuridad que reinaba, apareció un caballo de color más negro que la noche que sacaba chispas de lumbre.
Al reponerse del susto y lleno de miedo, Cenobio, como pudo se alejó del lugar corriendo y alabando a Dios con el fin de que el diablo regresara por el lugar por donde vino, lo cual pudo hacer.
Cenobio Chagoyán pensó que su experiencia de ultratumba ya había quedado en el olvido, pero una noche, cuando se dirigía a la Cooperativa, lugar en donde se ganaba el pan diario, se volvió a topar con el mal enemigo.
Eran alrededor de las once de la noche y al cruzar por el río que desemboca en la presa de La Soledad, Cenobio se percató de la presencia de un hombre que se encontraba acostado cerca del agua, quien lo alertó que no cruzara el río ya que por ahí venía la corriente y no se lo fuera a llevar.
De pronto, de un brinco el hombre que estaba acostado se paró y como si estuviera borracho se acercó a Cenobio, pero en un abrir y cerrar de ojos la aparición se convirtió en un guajolote que corría alrededor del asustado minero.
Al darse cuenta que esto no era cosa buena, corrió al lugar conocido como La Atarjea, lugar por donde pasaba un arroyo de agua, y al voltear de nueva cuenta a donde se encontraba el guajolote, se dio cuenta que éste se había transformado en una puerca alborotada, que además de pelarle un par de dientes que le llegaban hasta el suelo, emitía escalofriantes gruñidos.
Con el alma en un hilo, y a punto de desmayarse por el miedo que le corría por las venas, Cenobio se echó a correr como Dios le dio licencia y no paró hasta llegar a Llanos de Santana, lugar hasta donde lo siguió la puerca.
Los viejos del Mineral de Santana cuentan como Cenobio Chagoyán aparte de ser muy enamorado, le gustaba beber y cuando se encontraba bajo los influjos del alcohol, se transformaba en una mala persona.
De ahí que su castigo fue que el diablo se le apareciera en la forma de un hombre, o guajolote y una puerca como una advertencia de lo que le puede pasar aquellos que se portan mal. Antes de morir a consecuencia del excesivo consumo de alcohol, se cuenta que Cenobio Chagoyán en ocasiones al verse en el espejo, veía su rostro convertido en una cara de chivo.
Con el paso de los años y la llegada del modernismo, la historia del minero que se encontró frente a frente con el diablo por lograr el amor de Marina, una de las jóvenes más bellas de este lugar, se perdió en la historia.
Sin embargo, los más viejos del lugar aseguran haber conocido a Cenobio quien supuestamente les contó la vivencia que tuvo con el demonio.

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