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Los Tamales del infierno


Historia basada en echos reales

En una populosa colonia de la Ciudad de México, había un próspero negocio de tamales que era famoso en toda la zona. El lugar ofrecía una gran variedad de tamales: rojos con chile seco y costilla de puerco, tamales de mole con suculentos trozos de pollo, tamales verdes con un toque picante y carne de puerco, tamales de rajas con queso y chícharos, de frijoles con queso y rajas de chile cuaresmeño, tamales de champiñones y verdolagas en salsa de tomatillo con chile de árbol y pollo. Y no podían faltar los tamales chiapanecos, envueltos en hojas de plátano y rellenos de carne de cerdo bañada en una deliciosa salsa de chile habanero.

En cuanto a los tamales dulces, el surtido era igualmente tentador: tamales de piña almibarada, de fresa, otros de vainilla con pasta y arándanos, entre otros. Además, se acompañaban con una selección de atoles de diversos sabores, que iban desde el tradicional chocolate y champurrado, hasta el más exótico tamarindo, guayaba o fresa.

La verdad es que siempre había largas filas de clientes ansiosos por disfrutar de esos tamales tan afamados. Todos salían del local con sonrisas en el rostro, satisfechos y alabando la calidad de la comida que ofrecía el lugar, conocido por todos como "Tamales Doña Licha".

Con el paso de los años, el negocio siguió prosperando, ganando fama no solo en la colonia, sino en toda la ciudad. Sin embargo, esa reputación impecable se desmoronó de manera abrupta e inesperada. Una tarde, un niño llamado Juanito estaba comiendo su tamal favorito, uno de salsa verde con carne de puerco, cuando hizo un escalofriante descubrimiento. Al morder el tamal, algo duro le hizo fruncir el ceño. Al inspeccionar el interior, encontró lo impensable: un d3do hum4no entre la masa y la salsa.

Aterrorizado, Juanito corrió hacia su madre para mostrarle el hallazgo. Al verla, el rostro de la mujer se desfiguró en una mueca de horror. Inmediatamente, fueron a la policía a denunciar lo ocurrido. Tras una exhaustiva investigación, la policía arrestó a Doña Licha, la dueña del negocio, que hasta ese momento había sido la cara amable y trabajadora del lugar.

Durante los interrogatorios, y bajo una fuerte presión, Doña Licha terminó por confesar lo impensable: llevaban años utilizando c4rn3 hum4na en la elaboración de los tamales. Todo había comenzado años atrás, cuando Doña Licha tuvo una acalorada discusión con su amante, un hombre llamado Braulio, conocido por ser un vividor y malvivi3nte que la g0lpe4ba y le quitaba dinero constantemente. En esa última pel3a, cuando Braulio la estaba g0lpe4ndo brutalmente, Doña Licha, en un acto desesperado, se defendió y le clavó un cuchill0 directo al c0r4zón, m4tánd0lo al instante.

Desesperada y sin saber qué hacer con el c4dáv3r, Doña Licha recurrió a su hijo Vicente, un joven de 18 años. Juntos, tramaron un plan macabro para deshacerse del cu3rp0. La solución que encontraron fue usar la c4rne de Braulio para los tamales. Lo que comenzó como una acción desesperada pronto se convirtió en una práctica habitual. La clientela, sin saberlo, elogiaba la calidad de la c4rne, diciendo que era "la mejor que habían probado".

El negocio floreció aún más después de ese macabro suceso. Pero cuando la c4rne de Braulio se agotó, Doña Licha y Vicente se enfrentaron a un dilema. La solución que encontraron fue tan aterradora como inimaginable: comenzaron a m4tar a otras personas para seguir abasteciendo su "despensa". Hombres, mujeres, incluso niños fueron víctim4s de este horrendo crim3n, convirtiéndose en el relleno de los famosos tamales que tanto éxito les habían dado.

Durante años, nadie sospechó nada. El negocio seguía creciendo y la clientela aumentando. Pero cometieron un error imperdonable: dejaron un d3d0 hum4n0 entero en uno de los tamales. Fue ese fatídico error el que reveló el horror que se escondía detrás del éxito de "Tamales Doña Licha".

Este aterrador episodio ocurrió en la colonia Portales, de la Ciudad de México, una fría tarde de septiembre de 1971. Desde entonces, el nombre de Doña Licha quedó grabado en la memoria colectiva como uno de los casos más espeluznantes de la historia crimin4l de la ciudad.

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El eco del abandono


María era una mujer sencilla, de manos ajadas y mirada cansada, que había dedicado su vida entera a cuidar de su hijo, Andrés. Desde que el padre de Andrés los abandonó, cuando el niño apenas tenía tres años, María se convirtió en el único sostén de la familia. No le importaba trabajar hasta el agotamiento, pasar hambre, ni siquiera el desprecio de aquellos que la rodeaban. Todo lo que hacía, lo hacía por Andrés.

A medida que Andrés crecía, su relación con su madre se fue deteriorando. En su adolescencia, comenzó a sentir vergüenza de su origen humilde y, con el paso del tiempo, su resentimiento hacia María se hizo más profundo. La veía como una carga, alguien que le recordaba constantemente su pobreza y sus carencias.

Una tarde, cuando Andrés cumplió veintiún años, decidió que había tenido suficiente. Quería comenzar de nuevo, lejos de aquel pueblo pequeño y de la vida que su madre le había impuesto. Sin decir una palabra, hizo sus maletas y se fue. María se enteró de su partida cuando, al llegar a casa después de un día de trabajo, encontró la casa vacía, sin un rastro de él.

El dolor que sintió fue insoportable, como si le hubieran arrancado el corazón. Pasaron los meses y María se quedaba cada noche mirando la puerta, esperando que Andrés volviera, que se diera cuenta de su error y regresara a ella. Pero las noches pasaban, y la puerta seguía inmóvil.

Con el tiempo, María comenzó a debilitarse. Ya no tenía fuerzas para ir al trabajo y apenas salía de casa. Aun así, se aferraba a la esperanza de que Andrés volvería. Se quedaba horas sentada en la vieja silla junto a la ventana, mirando hacia la carretera, esperando verlo aparecer. Pero esa espera se convirtió en su única compañía.

Una fría noche de invierno, María escuchó un ruido en la puerta. Su corazón se aceleró. Pensó que Andrés finalmente había regresado. Con esfuerzo, se levantó y se acercó a la puerta, abriéndola con manos temblorosas. Frente a ella no había nadie. Solo el eco del viento gélido y las sombras de los árboles que se agitaban en la oscuridad. Pero entonces, algo se movió entre las sombras.

Una figura alta y oscura se materializó frente a María, pero no era su hijo. Era algo más, algo que parecía absorber la luz a su alrededor, dejando un frío abrumador en el aire. La criatura, con ojos vacíos y una sonrisa torcida, habló con una voz profunda y desgarradora:

—Él no volverá, María. Te ha dejado, como todos los demás.

María sintió que su alma se rompía. Sus piernas cedieron y cayó de rodillas, incapaz de procesar el dolor y la desesperación. Pero la criatura no terminó allí.

—Ven conmigo —susurró—. Yo te daré lo que buscas. No tendrás que esperar más.

María, perdida en su desesperación, aceptó. Su vida había sido una larga cadena de sufrimiento, y la promesa de una liberación, de cualquier tipo, era tentadora. La criatura extendió una mano larga y descarnada, y cuando María la tomó, sintió cómo el frío la invadía por completo. Su alma se hundió en la oscuridad, atrapada para siempre en un ciclo interminable de tristeza y abandono.

Pasaron años, y el pueblo comenzó a hablar de la casa vacía de María. Nadie sabía qué había sido de ella. Los pocos vecinos que se atrevían a acercarse decían que, por las noches, podían escuchar el eco de sollozos dentro de la casa, como si alguien esperara a alguien que nunca iba a llegar.

Un día, Andrés, tras una vida llena de fracasos y remordimientos, decidió regresar. Al llegar a la casa de su madre, la encontró vacía, desmoronada por el tiempo. Mientras recorría las habitaciones polvorientas, comenzó a escuchar un suave lamento, un llanto apagado que parecía provenir de todas partes. Su corazón se aceleró al reconocer la voz de su madre.

Corrió hacia la fuente del sonido, desesperado por verla, por pedirle perdón. Pero cuando llegó al final del pasillo, la oscuridad lo envolvió. Un frío insoportable lo paralizó, y en la penumbra, vio la figura de su madre, deformada y atrapada, mirándolo con unos ojos vacíos y llenos de rencor.

—Nunca volviste —susurró María, su voz resonando como un eco en las paredes—. Y ahora yo nunca me iré.

Antes de que pudiera gritar, las sombras lo devoraron. Ahora ambos permanecen allí, en la casa vacía, atrapados en un ciclo eterno de abandono y tristeza, mientras el eco de su sufrimiento se extiende por el viento, alcanzando a aquellos que se acercan demasiado.

Y nadie más vuelve.

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La Loca Zulley: "La Novia del Jardín"


En el corazón de la ciudad de San Luis Potosí, en el antiguo barrio de San Miguelito, se cuenta una historia tan oscura como trágica, que ha sobrevivido a los años entre susurros y escalofríos. Es la historia de Claudia Zulley, una joven cuya belleza y dulzura iluminaban a todos los que la conocían. Hija de una familia adinerada, Claudia tenía todo lo que alguien pudiera desear, pero su destino sería marcado por el amor… y el horror.

Claudia conoció a Rodolfo, un hombre cuya elegancia y carisma la cautivaron al instante. Su romance fue el centro de atención del barrio, y tras un largo noviazgo, Rodolfo le propuso matrimonio con un anillo de oro blanco que brillaba como la promesa de un futuro radiante. Claudia, extasiada, dedicó todo su ser a preparar la boda. La ceremonia tendría lugar en el imponente Templo de San Miguelito, el lugar donde soñaba unir su vida a la de su amado.

Sin embargo, el día de la boda, mientras los invitados llenaban los bancos de la iglesia y Claudia aguardaba en el altar, algo inexplicable ocurrió. Rodolfo nunca llegó.

El templo se llenó de murmullos y miradas de desconcierto. Claudia, aún con su vestido blanco, salió corriendo al jardín frente a la iglesia, esperando encontrar a su prometido. Sus lágrimas caían como ríos en su rostro, y sus súplicas resonaban en el aire:

—¡Rodolfo! ¿Dónde estás? ¡No puedes haberme dejado!

Los días pasaron, y la espera se transformó en obsesión. Claudia regresaba al templo cada día, vestida de novia, segura de que Rodolfo aparecería para cumplir su promesa. Su cordura comenzó a desmoronarse. Hablaba sola, caminaba del brazo de alguien invisible, y perseguía a los hombres que pasaban, llamándolos por el nombre de su amado. La gente, con una mezcla de lástima y miedo, comenzó a llamarla "La Loca Zulley".

Nadie sabe cómo murió Claudia. Unos dicen que fue de tristeza, otros aseguran que su cuerpo fue encontrado una noche en el jardín del templo, con su vestido de novia y su mirada perdida hacia el cielo. Lo único seguro es que, tras su muerte, el anillo que Rodolfo le regaló apareció misteriosamente en la mano de la Virgen de la Soledad, dentro del templo.

Desde entonces, los vecinos del barrio de San Miguelito aseguran que Zulley no ha encontrado descanso. Al caer la noche, especialmente en fechas cercanas a la primavera -cuando iba a ser su boda-, una figura vestida de blanco aparece en los jardines del templo. Algunos la han visto deambular entre los árboles, sosteniendo un ramo de flores marchitas, mientras sus ojos vacíos parecen buscar algo, o a alguien.

Los más desafortunados han sentido su fría mano tomarles el brazo y tal vez se debe a que los confunde con su amado Rodolfo.

Algunos aseguran haber entrado al templo de San Miguelito después de medianoche para mirar la estatua de la Virgen de la Soledad. Dicen que el anillo de oro brilla con un resplandor antinatural.

La leyenda de la Loca Zulley sigue viva, entre los habitantes del barrio. Pero la pregunta que queda en el aire es: ¿Qué fue de Rodolfo? ¿Por qué nunca llegó al altar? Algunos creen que murió antes de la boda, mientras otros aseguran que huyó por cobardía.

Sea como sea, Zulley aún lo espera. Y mientras lo haga, su espíritu no encontrará la paz.

Si visitas el Templo de San Miguelito al anochecer, presta atención a las sombras que se mueven entre los jardines. Podría ser Claudia Zulley, buscando al amor que jamás regresó.

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El Flautista de Hamelín


El Flautista de Hamelín es una de esas historias que, cuanto más se explora, más oscura se vuelve. Según la leyenda, en 1284, en el pequeño pueblo alemán de Hamelín, un hombre extraño con una flauta apareció de la nada. Vestido con colores brillantes, el forastero ofreció al pueblo un trato: liberaría a Hamelín de la plaga de ratas que los azotaba a cambio de una recompensa. Los habitantes aceptaron, pero lo que no sabían era que este encuentro iba a terminar de una manera mucho más siniestra.

Con su flauta en mano, el misterioso hombre tocó una melodía encantadora, una música que hipnotizó a las ratas y las llevó fuera de la ciudad, ahogándose en el río Weser. Pero cuando el Flautista regresó por su pago, los ciudadanos, ingratos y codiciosos, se negaron a cumplir su promesa. Fue entonces cuando el verdadero terror comenzó.

Lleno de ira, el Flautista tocó una nueva melodía, esta vez dirigida a los niños del pueblo. Encantados, como lo habían estado las ratas antes que ellos, los niños siguieron al hombre fuera de la ciudad, bailando y sonriendo, completamente ajenos al destino que les aguardaba.

Aquí es donde la leyenda adquiere un tono verdaderamente inquietante. Según diversas versiones de la historia, los niños desaparecieron para siempre, pero ¿a dónde los llevó el Flautista? Algunas versiones sugieren que los guió hacia una cueva en las montañas, donde desaparecieron sin dejar rastro. Otros relatos más perturbadores sugieren que se los llevó a un lugar subterráneo, una tierra oscura y fría donde los niños quedaban atrapados eternamente, condenados a vagar por túneles interminables.

Existen teorías que intentan dar una explicación más histórica al mito. Algunos dicen que los niños fueron víctimas de un reclutamiento masivo para las Cruzadas, enviados a tierras lejanas donde nunca más se supo de ellos. Otros creen que pudieron haber sido capturados por traficantes de esclavos o haber muerto por alguna epidemia. Sea cual sea la verdad, el destino de esos niños ha quedado sumido en el misterio, alimentando siglos de miedo y especulación.

Incluso los propios habitantes de Hamelín, muchos años después, inscribieron la fecha del evento en documentos oficiales, indicando que el 26 de junio de 1284 "nuestros niños fueron arrebatados". Este detalle sugiere que, más allá del mito, algo real y terrible sucedió en aquel pueblo.

El Flautista de Hamelín no es solo una historia de advertencia sobre las promesas incumplidas, sino una perturbadora leyenda de venganza y pérdida, donde la dulzura de una melodía ocultaba un oscuro final. El lugar al que los niños fueron conducidos sigue siendo un enigma que, a lo largo de los años, ha hecho que generaciones se pregunten: ¿qué fue de esos niños? ¿A dónde los llevó el Flautista? Tal vez nunca lo sabremos, pero el escalofrío que recorre la columna al oír su historia es prueba suficiente de que no era solo una simple leyenda para asustar a los niños.

Esta historia no solo invita a la reflexión, sino también a mirar con cuidado aquello que parece demasiado encantador o fácil, porque detrás de una música hipnótica, podría ocultarse el eco de una tragedia olvidada.

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El origen del Hombre Lobo

Pocas personas conocen el mito detrás de la leyenda del hombre lobo, también conocido como licántropo. Esta se extiende por el mundo desde hace siglos, con pequeñas variaciones y siempre acompañada de terribles anécdotas de noches de luna llena.
Ya en el siglo II se detectaron casos de licantropía, que Marcellus de Sidón describió como “una especie de melancolía”. Se trataba de una enfermedad mental que causaba a los que la padecían la sensación de transmutarse en algún animal. La leyenda del hombre lobo se vio propagada una vez se comprobaron los efectos que la luna llena tenía en el comportamiento de las personas.
Durante el siglo XVI se detectaron los casos más notorios de licántropos. En 1521, Pierre Burgot y Michel Verdun, una famosa pareja de asesinos en serie, fueron acusados de licántropos y ejecutados. El caso más sonado fue el de Peter Stumpp en Alemania (1598), cuyos vecinos afirmaron haberle visto en su forma animal y más tarde volver a su forma humana. Peter fue acusado de hasta 60 asesinatos en un mismo día. Fue ejecutado tras confesarse como asesino, violador y caníbal.
La leyenda del hombre lobo se remonta mucho tiempo atrás, antes de los mitos narrados. En el año 1 a.C. el poeta romano Ovidio escribió Las Metamorfosis (poema compuesto por 15 libros). En el primer libro nos contaba la historia del rey Licaón – cuyo nombre dio origen al termino licántropo – un hombre religioso y culto, que llevó su devoción al extremo. Acabó tomando parte en sacrificios que derivaron en antropofagia. En la historia Licaón ofendió a los dioses sirviéndoles carne humana para cenar. Fue castigado por ello convirtiéndose en hombre lobo, de esta manera siguió con sus crueles asesinatos ya sin su forma humana.
Cuenta la leyenda que cada 10 años, si no había comido carne humana en ese tiempo, podía volver a su forma original, pero cada vez que llegaba ese momento, aprovechaba para retomar sus ritos y sacrificios. Con cada luna llena Licaón salía al claro del bosque y aullaba a Zeus para que éste le perdonase.
Existen teorías muy diversas, pero ésta parece ser una de las que mejor explica el origen del mito los licántropos.
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Los lamentos de la Isla de Ons

Galicia es sin duda uno de los destinos preferidos para los amantes del misticismo, de las leyendas y de las historias de la España Negra. Uno de los puntos más inquietantes se sitúa en la isla de Ons, en la provincia de Pontevedra , un lugar de singular belleza, paraje predilecto para el paso de la Santa Compaña.
Se dice que en la isla de Ons se encuentra la entrada al mundo de los muertos en lo que se llama Buraco do Inferno (agujero del infierno) , un agujero de unos cinco metros de diámetro ubicado en el sur de la isla y que tiene una profundidad de unos cuarenta metros.
Según la leyenda, la puerta del mundo de los muertos está custodiada por un toro con los cuernos dorados que no deja entrar a los vivos en su interior. Cuando el mar está bravo, se pueden apreciar los lamentos de los muertos en el interior, almas que sufren por sus pecados y que se quejan con gritos estremecedores.
El paraje es muy peligroso, y se dice que la escarpada se ha cobrado la vida de más de un imprudente durante el día. Por la noche, también es bien sabido que es fácil encontrarse a la Santa Compaña deambulando cerca del agujero. Ya se sabe, el féretro que lleva la Santa Compaña en el centro es el tuyo, así que si les ves, mira hacia otro lado.
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Zugarramurdi y la quema de brujas

No nos pudimos reir más con la versión cinematográfica que Álex de la Iglesia realizó en honor de las brujas de esta localidad navarra que rezuma misterio por los cuatro costados.
Las brujas han tenido durante siglos la exclusividad del noviazgo con el diablo, un ramalazo histórico que probablemente se asentara con el paso de los siglos gracias a la herencia de los celtas.Con la llegada en la Edad Media del poder absoluto de la Iglesia Católica, y con ella el tribunal de la Santa Inquisición, la medicina natural y el culto a la naturaleza y a los espíritus de los bosques se transformaron en herejía y sinónimo de muerte.
Y esto fue lo que sucedió realmente con las famosas brujas de Zugarramurdi: una conspiración. A primeros de noviembre de 1610 se condenaron a morir en la hoguera a doce mujeres acusadas de brujería por sus propios vecinos, más concretamente por una joven que se mudó al pueblo y aseguró haber participado en ritos paganos.
Tal fue la obsesión del inquisidor Salazar y Frías con este tema, que provocó una especie de paranoia en la localidad, repitiéndose innumerables acusaciones de brujería entre los vecinos.
Todo ello llevó a la muerte de doce inocentes, siete en la hoguera y cinco por suicidio en la propia carcel, pues algunos preferían el suicidio antes que ese horrible final. A pesar de haber reconocido el error años después, el mito ya estaba creado.

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